¿Os acordáis que de camino a la playa, a través de la carretera de la aviación y frente a la verja de las pistas de aterrizaje había un huerto con una tumba? ¿Quién podía estar enterrado en aquel campo que había sido de arroz y alcachofas?
Esta historia está ambientada en aquel suceso.
En la colección de relatos breves “Frases que hacen Nidos” se incluye una narración sobre el origen y etimología de “El Remolar” y describe un accidente aéreo que se produjo hace más de ochenta años.
Esta historia está ambientada en aquel suceso.
En la colección de relatos breves “Frases que hacen Nidos” se incluye una narración sobre el origen y etimología de “El Remolar” y describe un accidente aéreo que se produjo hace más de ochenta años.
En la siguiente publicación se han seleccionado los fragmentos más reveladores.
Capítulo I
Humedales del Remolar
“Desde muy temprano, los campos
habían estado cubiertos por una niebla blanquecina, el suelo escarchado crujía
y se agrietaba iluminado por los primeros rayos de un sol que tímido y perezoso
anhelaba el aliento de los humedales. El agua del Remolar, agitada por los
ánades, describía amplios círculos entre la bruma. Un poco más adelante, bajo
los cañizos y cortaderas, se hallaba el cenagoso cobijo de las ranas.
A lo lejos un perro ladraba porque había oído
el carro del portugués en dirección a La Volatería. Las ruedas se hundían sobre
el fango en el paso de la albufera y el portugués azuzaba al animal para que
redoblara su esfuerzo de arrastre. El animal resopló avivando la suspicacia del
podenco, los perros no cesaba de ladrar en la lejanía. Una asustadiza bandada
de Francolins remontó el vuelo hasta la pineda y sin otro sonido ni otra luz,
el carro se detuvo a las puertas de la masía.
El sudor de la mula despedía
un vaho antiguo de establo, de paja empapada en orines y cuero, unos minutos
después el portugués proseguiría con su acostumbrada rutina; algo sencillo,
recoger los pollos y los huevos que horas después vendería en el mercado de La
Plaça de la Vila. Mantenía los mismos precios y pronto se deshacía de ellos:
los pollos a 35 pesetas el kilo y los huevos a 16 pesetas la docena. Tardaría
una media hora, ya no era un chaval, en atrapar a todas las aves y encerrarlas
en las jaulas, pero antes disfrutaría de la hospitalidad de Lucia y sus
nutritivos desayunos. Ella había nacido aquí, pero sus padres eran inmigrantes
italianos. Antes de casarse había trabajado como secretaria y ahora impartía
clases a los niños porque no podía recorrer diariamente la distancia que les
separaba del colegio”.
“Una confusa lista de nombres
y lugares se entretejían conformando una complicada maraña: El remolar,
Comabella, Hereter…, después de intercambiar varios correos con el Archivo
Histórico de El Prat, consultar los libros del Dr. Jaume Codina y navegar
durante horas entre las confusas y en repetidas ocasiones contradictorias
páginas de internet, Ignacio sentía que se distanciaba cada vez más de la
historia. ¿Qué era o fue realmente La Volatería?. ¿Se trataba de un coto
privado de caza, un aeródromo, un criadero de aves, una marisma repleta de
patos?”
Página
14
“Con todos los datos que pudo
recopilar visitó varias bibliotecas, el nombre de El Remolar se citaba algunas
veces asociado a una carpintería donde se fabricaban remos para pequeñas
embarcaciones, pero después cayó en sus manos la segunda obra del historiador
Jaume Codina i Vila: “La gent del fang”, un registro histórico que se remontaba
hasta el año 965.
Desde principios del siglo
XIV, la zona de los humedales había gozado de cierto prestigio como reserva de
caza y acuífero natural.
El libro del Dr. Codina
describía en sus páginas cómo eran los humedales; una inmensa reserva acuática
en un estado puro, casi primigenio. En derredor un escaso grupo de masías de
estilo colonial, el inventario de las granjas incluía la de El Remolar.
En los años treinta, algunos
jóvenes emigraron a Cuba para hacer fortuna, no todos lo consiguieron, un
puñado de ellos no volvió y otros se arruinaron, aunque también hubo
excepciones, como Jaume Casanovas, hijo de una modesta familia jornalera. Con
apenas cuarenta años de edad ya había amasado una pequeña fortuna que invirtió
en la construcción de algunas casas coloniales y luego compró los insalubres
terrenos del Remolar para transformarlos en campos de cultivo. En sus nuevas
propiedades edificó la colonia Casanovas como una granja experimental o
modélica y en la que por primera vez brotaría el agua artesiana.
El Prat de aquel entonces se
comunicaba por antiguos caminos rurales como el de la Ribera o el de la
Albufera. Uno de aquellos primitivos
pasos medievales era la carretera Bovatera, que conducía, después de
varios días de trayecto, hasta Valencia.
El delta marcaría desde el
principio toda la evolución histórica del Prat, en muchas ocasiones, la propia
crecida del río anegaba los campos e inundaba calles y casas. Una de las
inundaciones más presentes en la memoria de la gente fue la de san Antonio en
1898, la riada, que supuso una tragedia ecológica, arrasaría campos y
terminaría con la vida de muchos animales de granja provocando notables
pérdidas.
Geológicamente, el punto más
alto sobre el nivel del mar era la Plaza de la Vila, aunque a simple vista,
todo el Prat -todo el prado- se perfilaba como una misma extensión plana y sin
relieves. Durante el siglo XIX más de una cuarta parte de la tierra estaba
permanentemente inundada. En este lugar los sedimentos producían un fango –un
barro casi líquido- que tardaba mucho tiempo en secarse. Las zonas pantanosas
habían albergado después de largos siglos una profusa vida acuática y en sus
riberas, cada año anidaban abundantes especies de aves migratorias, acudían
cada año guiadas por un instintivo ritual de apareamiento que las mantenía con
vida en climas más suaves.
El gran estanque de El Remolar
tenía una forma que recordaba la hoja de un eucalipto y era frecuentado por los
pescadores cuando el temporal no les permitía faenar sobre un mar embravecido.
En la descripción de los
aparejos de caza y pesca se incluía una herramienta llamada Fitora¹, algo así como una jabalina o
puntiagudo tridente con la que arponeaban a los peces.
La profundidad de las marismas era escasa y
compuesta por lechos arenosos que dificultaban su tránsito, las barcas que se
construían debían ser de poco calado y a su vez del tamaño que pudiera
transportar animales, mercancías y personas. En muchos casos, para desplazarse
entre los humedales se valían de una larga pértiga y con ella saltaban a las
diferentes orillas.
En la mente de Ignacio se
había encendido una tenue luz, una especie de ruta o conexión de ideas
dispuestas en orden lógico: Llar (hogar) Rémol Llar (el hogar del Rèmol), El
Remolar.
Mucho antes de que diversas asociaciones
ecológicas de nuestro tiempo intentaran protegerlo ante el voraz avance del
aeropuerto, los humedales habían pasado por críticos episodios que amenazaron
su completa extinción”.
Página
17
“El agua del remolar estaba
quieta y apacible, Joan conocía el mejor lugar para esperar y se aproximó a él
sigilosamente. Después de quitarse las botas y los calcetines y hundir los pies
en el fango, miró a Pluc con el gesto de: siéntate en la orilla y ni respires,
y el perro obedeció expectante. Seguramente había cientos de Rèmols
(Rodaballos) descansando sobre el fondo arenoso del estanque, pero no sería
fácil verlos. El pez, integrado en un perfecto mimetismo con su entorno,
ofrecía el lomo grisáceo y plano de color arena como una aprendida estrategia
de camuflaje mientras que su panza amarillenta y pálida quedaba oculta a la
vista de sus captores. Pero incluso los peces respiran, Joan vio las pequeñas
burbujas en el agua y agarró con fuerza la Fitora, de la misma manera que una
vez le enseñara su abuelo.
Avanzó notando cómo el lodo
resbaladizo tintaba el agua cristalina con una densa nueve marronosa en
suspensión. El pez, que se sentía descubierto, había contenido la respiración y
Joan había hecho lo mismo. Uno de los dos debía ser más rápido que el otro,
Joan alzó despacio su arpón y en ese preciso instante, el rugido de un pequeño
Vendôme, rompía la quietud de los humedales creando con sus hélices un inesperado
torbellino de aire y briznas de hierba. Pluc comenzó a ladrar, al tiempo que un
enjambre de aves asustadizas se alzaban en torpe confusión y el Rèmol, que
había aprovechado la distracción, conseguía huir como un pañuelo de seda
aventado por el aire”.
Página
24,25
El piloto del Messerschmitt.
“Frases
que hacen Nidos” Capítulo 11. Manuel Julián
Ed.
DéDALO. 2016. Barcelona.
ISBN:978-84-944102-1-5
mandarinasdepapel.com
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