El mundo de la infancia se asocia muchas veces a nuestros primeros miedos, algunos llegaron espontáneamente como el miedo a la oscuridad, a los monstruos y fantasmas, pero otros fueron inducidos: “no hables con extraños" “no aceptes caramelos” “cuidado con el hombre del saco” “no subas, no saltes, no corras, no te alejes"…
Los psicólogos modernos han escrito innumerables ensayos sobre lo que se conoce hoy como “la gestión del miedo", un estudio que inició el propio Sigmund Freud y que en muchos casos ha dado buenos resultados. En nuestra época no disponíamos de tanta información para resolver nuestros temores y entonces llegó Scooby-Do.
Se trataba de un perro atolondrado y asustadizo que nos ayudó a reírnos de nuestros propios miedos y a verlos como divertidas ocasiones para dejar volar toda nuestra imaginación.
En una entrevista de hace unos años, el director ejecutivo David Kleeman dijo:
«En general, Scooby-Doo no solo es un programa diseñado para estimular las emociones y tensiones de los niños, sino que también crea suficientes risas como para hacerlo divertido sin preocuparlos o darles pesadillas».
La longevidad y éxito de la serie se atribuye después de más de 40 años a la mezcla de tres géneros: la comedia, la aventura y el terror.
En casa teníamos una televisión INTER
con dos canales. La uno y la UHF. Para cambiar el canal había que levantarse,
es decir mi padre decía: “pon la segunda” y yo obedecía al punto y sin
rechistar, en cierto modo era como un mando a distancia con patas, subía el
volumen y cambiaba los canales. Por aquel entonces aún no existía el zapping,
pero sí que se emitían series tan entrañables como Rin Tin Tin.
Salvando el tiempo y las distancias
aquella serie sobre el niño superviviente de una incursión de indios americanos,
nos hacía sentir como flotando en el inmenso espacio tiempo. Los soldados de
caballería lo acogieron como un grumete desvalido y le dieron un hogar, pero lo
más sorprendente estaba aún por llegar: RinTi, un perro pastor alemán que
congeniaba con el niño como si fuera su pequeño cachorro y que le obedecería en
todo.
He visto tiempo después muchas
series de acción y aventuras con perros, pero ninguna tiene para mí el mismo dulce
sabor de la nostalgia infantil como Rin Tin Tin.
Era fascinante observar cómo se relacionaba
y comprendía a sus dueños y cuantas veces su intervención fue decisiva para la
supervivencia del niño Rusty y de todo el regimiento.
La música, el glamour del blanco
y negro y la inocencia perdida de una época tan remota como mis sueños, me ha
devuelto algo del niño que olvidé haber sido.
Era una mujer normal, esposa y madre con infinidad de tareas cotidianas en el hogar, pero era también otra cosa "la evocación de nuestros sueños". Fantasías sobre piratas, monos con nombres distinguidos y aventuras. Emociones aseguradas. Muchas de aquellas travesuras nos sumergieron en un fantástico mundo imaginado en el que una niña no era una simple niña ni una ama de casa no era símplemente una mujer de su hogar.
Los de mi generación debemos agradecerle incontables sesiones de televisión los sábados por la tarde, antes de ir al parque a corretear sobre un mundo paralelo al de Pippi llamado infancia.
Lo más notable de este personaje de dibujos animados de nuestra infancia no era que fuese atómica, sino que se tratara de una simple hormiga.
Nosotros fuimos y nos sentimos tan pequeños como hormigas y lo verdaderamente atómico en nuestras vidas fue la capacidad que con el tiempo adquirimos para superar nuestros miedos.
Empezamos pronto a comprender que nuestro pequeño mundo de juguetes y rabietas no se parecía en nada al mundo real, el que había ahí fuera. Una sociedad de adultos y visionarios gobernado por el grotesco hombre del saco.
La peor pregunta que tuve que responder entonces fue: ¿Qué quería ser cuando fuera mayor?
La cuestión me enfrentó con el extraño concepto de que mi infancia de Peter Pan desaparecería un día como su huidiza sombra y que pronto tendría que tomar decisiones tan transcendentales, como confusas sobre mi arriesgado futuro.
Cómo podía saber un niño de doce años lo que quería ser dentro de cuatro décadas si a penas podía decidirse por el color de los calcetines o el sabor de las piruletas.
Hoy siempre llevo calcetines negros y nunca como piruletas, pero lo que he sido o lo que soy, ya no tiene nada que ver con mi infancia en la que un adulto me lanzó la idea de que yo podría decidir mi futuro.
El futuro es hoy; un tiempo descrito por los antropólogos y economistas modernos como crítico, repleto de precariedades económicas, despidos y deslealtades. Pocos adultos piensan en lo que querían ser, sino más bien en conservar lo que aún les queda, aunque se trate de un trabajo tedioso, mecánico o aburrido en una fábrica o en una oficina.
Por ello recuerdo a la hormiga atómica y el pequeño zumbido de su vuelo muy en el interior de mis oídos. Su diminuta voz amenazando a los malhechores, aún me llena de esperanzas. Quiero recordar y sonreír con sus hazañas para, todavía creer que nosotros también los conseguiremos.
A finales
de 1970, la televisión era nuestra ventana al mundo, el Windows de nuestra infancia.
A pesar de que solo disponíamos de dos canales de televisión, (la Primera y el
UHF), los programas televisivos nos mantenían pegados a la pequeña pantalla, sedientos
de algo nuevo. Debemos recordar que estábamos dejando atrás una época gris, de
miedos y miserias en la que era difícil expresarse con libertad y que cada cosa
que veíamos o llegaba de fuera, de Estados Unidos, Francia o Inglaterra era
recibida con la ilusión de nuevos tiempos. La música, el cine, la moda y las
tendencias estaban cambiando nuestra forma de entender la vida. Recuerdo lo que supuso la llegada de los
Beatles, los revolucionarios Rolling Stones, las películas de Elvis Presley, el
Seat 600, la minifalda, los anuncios televisivos, entre otros muchos fenómenos
que impregnaron y transformaron nuestra sociedad para siempre.
Había
emisiones muy interesantes, como las series de policías: “Las calles de san
Francisco” “Se ha escrito un crimen” “Los ángeles de Charlie” “Superagente 86”…,
con personajes tan entrañables como: el teniente Colombo, Kojak, Ironside,
Starsky y Hutch y la propia Ángela Lansbury.
Aquellos
episodios, que despertaban en nosotros nuestra sed de misterio y aventura,
formaron muchas veces parte de nuestras conversaciones, como si los sucesos y
personajes fueran reales y estuviesen entre nosotros. Aún no disponíamos de una
televisión en color, pero las series policíacas, de acción y aventuras daban
color a nuestras vidas.
En
realidad, los malos, no eran siempre tan malos si los comparamos con los de
ahora. Hoy disponemos de cientos de canales y plataformas de televisión como
para vivir nuestra vida diez veces sin terminar de verlo todo y sin embargo las
series de acción de la actualidad no tienen el mismo encanto de aquella época.
Una saturación de efectos especiales, violencia extrema y actos de explícita
brutalidad al estilo gore, colman la mayoría de series policíacas de hoy. Es
posible que este estilo tenga muchos adeptos, pero lamentablemente los jóvenes
de ahora creen que la violencia en el colegio está más que justificada y les
cuesta diferenciar la realidad de la ficción.
Algunas
serie de entonces tuvieron su remakes actuales, entre ellas: “Starsky y Huch” o
“Los ángeles de Charlie” con actores más recientes. Otras quedaron en el olvido
o hasta que nosotros podamos recordarlas.
“En los años 70, muchos de nosotros pasábamos
una considerable cantidad de tiempo con la nariz pegada al televisor viendo
nuestras series favoritas, entre las más recordadas se encuentran las series
policíacas que se televisaron durante aquella década”.
A continuación se han anotado
algunas de ellas con un link para ver la ficha técnica de la serie:
Aunque el
humor ha estado siempre presente en nuestras vidas, digamos que algunas veces
nos dio la espalda. Sin embargo cuando recuerdo las series de humor de finales
de los 70, una sonrisa brota de nuevo en mi rostro.
Eran
comedias con ingeniosos diálogos, vidas entrecruzadas, giros inesperados y
muchos, muchos gags que nos hacía desternillarnos de risa.
Entre
aquellas míticas series se encontraban: “Un Hombre en casa” “Con ocho basta” “El
nido de Robin” “Los Roper” “Mis adorables sobrinos” “Embrujada”…
De todas
ellas guardo mucho cariño, pero muy especialmente de la serie titulada “Los
Roper”. Aquel peculiar matrimonio británico formado por George y Mildred y su
mundo irrumpieron en nuestros hogares como un agradable aire fresco de humor y
grandes momentos para el recuerdo.
“Los
Roper”, a pesar de los mordaces e incisivos comentarios de Mildred, eran la
alegría en casa.
Al inicio
de cada episodio, George espera que Mildred suba al sidecar de su moto y
arranca dejándola a ella atrás, en la calle, con una expresión entre triste,
resignada o desbordada por las incontables meteduras de pata de su esposo.
El
argumento:
“Habiendo recibido una orden de
expropiación para su vieja casa, los propietarios (George y Mildred Roper) se
trasladan al barrio residencial de Hampton Wick, donde las torpezas de George
pronto lo meten en problemas con sus vecinos, Jeffrey (Norman Eshley) y Ann
Fourmile (Sheila Fearn) y su joven hijo Tristram (Nicholas Bond-Owen). Mildred
ve este cambio de dirección como el medio de subir en la escala social, y
mezclarse con una mejor clase de personas. George, vago, y orgulloso de sus
raíces de clase obrera, provoca muchas frustraciones a Jeffrey y Mildred.
Mildred, además, está decepcionada con George por su constante falta de afecto
hacia ella”.
La serie
fue emitida en nuestro país en 1979 con episodios sueltos sin orden cronológico
hasta que más tarde volvieron a compartirla desde el principio, ocupando 5
temporadas que se prolongaron hasta finales de 1981.
El
personaje del marido infantil, huraño y orgulloso de su clase social
trabajadora ante una buena pinta de cerveza, conectó enseguida con todos
nosotros, era el Homer Simpson de nuestra época y su personalidad y jocosos comentarios
permanecen flotando en nuestra memoria.
El personaje
vago, gorrón e impresentable de George fue interpretado por Brian Murphy, y el
de Mildred, por la muy recordada Yootha Joyce. Paradójicamente, en 1980,
mientras rodaban la película basada en la serie, Yootha, afectada por un paro
hepático fallecía a los 53 años, casi en brazos de Brian Murphy, su Gorge en la
ficción.
En la
actualidad Murphy tiene casi 89 años y nunca olvidó aquel momento.