Siempre he sido un apasionado de los cuadros y gráficos de Norman Rockwell [1894 - 1978].
Ver el Norman Rockwell Museum de Stockbridge. Massachusette.
Aunque su dilatada obra es muy prolífica, desde hace mucho tiempo he admirado su visión sobre la infancia -que en cierto modo es de lo que trata este blog, de cómo vivimos la nuestra-, en sus carteles publicitarios, portadas de revistas o cuadros, Norman supo captar cientos de sencillos giños cotidianos extraidos del diminuto tiempo al que llamamos niñez.

Las excursiones y otros desplazamientos eran siempre momentos emocionantes en los que a bordo de un vehículo lento, incómodo y sin aire acondicionado éramos capaces de recorrer miles de kilómetros con el mismo casette -cara A. cara B- y vuelta a empezar. Todo lo simple, sencillo y elemental era lo más notable y sobresaliente de nuestro pequeño mundo.

Para el afable oculista, no tiene mucha importancia. Es difícil comprender a un niño si intentamos verlo desde nuestra mente adulta, una perspectiva muchas veces miope, elevada y egocentrista. Para hablar con un niño hay que condescender hasta su altura y mirarle a los ojos. Si no nos reímos con sus problemas "insignificantes", habremos logrado el milagro de ganarnos su confianza.

No sabemos cuantos años cumplía Miss. Jones, pero sí sabemos que su sonrisa perdurará en este cuadro.

El tomate estrellado sobre la pared no alcanzó a la niña. Debía ser más peligrosa que la niña del exorcista a juzgar por la escolta de cuatro adultos.
En nuestro tiempo, la globalización ha llenado las aulas de niños de diferentes culturas, orígenes y razas. No podemos permitir que los prejuicios, xenofobias y otros lamentables sentimientos nos priven de enriquecernos con la aportación de otras culturas, algunas incluso más antiguas que la nuestra.

Hay algo de tristeza en la mirada de la niña que podríamos llamar incertidumbre, pero es que ¿quien sabe lo que nos deparará el mañana? Los astronautas son hoy administrativos; las enfermeras, dependientas de supermercado y los días trancurren, porque todos somos lo que nos depara la vida y una buena parte de lo que nos permite nuestra infancia.
Se diría que la fuga solo llegó hasta la heladería.
BIBLIOGRAFÍA:
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