En una entrevista para The New York Times, Anthony Hopkins confesó lo siguiente sobre su primer día de colegio:
“Me sentía el más tonto de la clase, quizá tenía problemas de aprendizaje, pero era incapaz de entender nada. Mi infancia fue inútil y enteramente confusa. Todo el mundo me ridiculizaba”
Quizá nuestra experiencia no fue tan decepcionante como la del afamado actor ni tan inútil. Después de ver algunas imágenes de África, Rusia o Afganistán, sin duda, nuestra infancia no fue de las peores. En realidad fue la mejor que podíamos tener o la única de la que disponíamos en aquel entonces.
Nuestros padres y tutores, en cierto modo, lo hicieron lo mejor que pudieron. Aprendieron sobre la marcha porque sus padres y los padres de sus padres no tuvieron tiempo para consideraciones. No disponían de consejeros, educadores o libros de autoayuda para saber afrontar cada circunstancia. Muchos de ellos vivieron una posguerra, o las consecuencias de una vida con pocos recursos, todo ello en medio de una gran desinformación que siempre respondía a nuestras preguntas con aquella acepción casi mágica y natural de: "porque yo lo digo" "cuando seas padre, comerás huevos".
En aquel momento nuestros progenitores no eran conscientes de ello, pero nos transmitieron todas sus dudas y temores: "no hables con extraños, no aceptes caramelos, cuidado con el hombre del saco"...
NUNCA FUI TAN FELIZ COMO CUANDO NO TENÍA NADA
Aún no calzábamos zapatillas deportivas ni teníamos todo ese material didáctico y tan atractivo del que se dispone ahora y que incluye los dispositivos electrónicos como smartphone, tablets y ordenadores portátiles, o las mochilas con personajes de cómic y películas de dibujos animados, pero con lo que teníamos entonces ya éramos felices, porque contábamos con lo más importante; el cariño de nuestras familias, nuestra imaginación y los amigos del colegio. Los juguetes eran muy sencillos, pero capaces de despertar en nosotros el lado más creativo y fascinante. Una gran y deliciosa ingenuidad antes de que la vida nos hiciera ser más exigentes o inconformistas.
Algunos de nosotros dejamos atrás una época de espacios grises y televisores en blanco y negro para despertar en un país en el que se ensayaban los primeros trazos de una joven democracia, lo que supuso la apertura hacia nuevas y desconocidas libertades. Pronto llegaron las series de humor británicas, las canciones de los Beatles, los guateques o los videoclubs. La vida ya era en color y no teníamos miedo de nada, porque habíamos sobrevivido a los columpios de hierro oxidado, las calles de tierra, beber del agua de la manguera, el pegamento, los petardos, los tirachinas, la zapatilla de nuestra madre o la regla de madera...
Los ochenta irrumpieron en nuestras vidas con canciones, películas y experiencias inolvidables, nuestros juguetes, libros, actividades y percepción de la vida habían mejorado.
Como decía el sabio: "no sabemos a dónde vamos sino sabemos de dónde venimos". Y muchas cosas han cambiado, aunque en cierto modo, todo lo que vivimos en aquella época nos ayudó a apreciar más lo que tenemos ahora. Como respondió Rambo cuando le dijeron que la guerra había terminado: "Usted está vivo, yo sigo vivo y todo lo demás continúa igual"