sábado, 15 de febrero de 2020

TARDE DE CINE Y PALOMITAS 


En diciembre de 1975 llegó a nuestras pantallas la aclamada película Tiburón, de Steven Spielberg y banda sonora a cargo del mítico compositor John Williams. Una sobrecogedora historia sobre cómo la tranquila vida de un pueblo de costa se ve amenazada por la presencia de un enorme tiburón hambriento y solitario.  
En aquella época lo que más nos gustaba de la playa, a partes de los helados y los castillos de arena, eran los baños hasta casi arrugarnos como ciruelas pasas. Sin embargo había un inconveniente, que no eran precisamente los tiburones, sino algo peor, "hacer la digestión" después de comer, una precaución que con el tiempo se ha demostrado necesaria. Mientras nuestros padres disfrutaban de una plácida siesta, nosotros no veíamos el momento de volver al agua. 





La película sufrió desde el principio muchos problemas técnicos, especialmente con el prototipo articulado que emulaba a uno de los grandes depredadores acuáticos, y el rodaje acabó excediéndose en el presupuesto y el tiempo de entrega. Sin embargo después de una intensa publicidad y una primera proyección en casi 500 salas de Estados Unidos, la cinta se convirtió en la producción con mayor recaudación hasta el estreno de Star Wars en 1977. 

Tiburón tenía algo que fascinaba a los jóvenes de mi generación: unos fantásticos efectos especiales, la ingenuidad del cine de los 70 y una música inquietante que podría detener nuestra respiración sentados en el borde de la butaca. La primera vez que la vimos, sin duda fue una experiencia imborrable. Había además algo muy especial en la película y era la credibilidad de sus protagonistas. Spielberg había decidido utilizar en su mayoría actores que no fueran conocidos y esto hacía sentir al espectador que el argumento se aproximaba cada vez más a una cruda e inevitable realidad. 


Este año se cumplirán 25 años de aquella terrorífica primer excena en la que una chica llamada Chrissie abandona una fiesta nocturna en una playa de la localidad de Amity Island, Nueva Inglaterra, para ir a bañarse desnuda en el mar. Tras acercarse nadando a una boya, es atacada por una fuerza que aún no podemos ver, pero que la arrastra por el agua entre gritos y sollozos hasta finalmente desaparecer. 

En 1975 una entrada de cine costaba 100 pesetas, es decir, 0,60 céntimos de Euros actuales. Hoy el precio en taquilla es de 9,20 Euros (1.540 pesetas) Este hecho y el devastador efecto de la piratería, de las plataformas digitales y alquiler de películas online ha propiciado el cierre de miles de salas de cine. 

Qué tiempos aquellos de la emoción del sonido Sorround y el Cinemascope; por menos de un euro podíamos disfrutar de un refresco, un cucurucho de palomitas y una gran película, de las de antes.  

Hay lugares, calles y recuerdos que quisiéramos haber conservado en vídeo o fotografía, pero que lamentablemente solo forman parte de nuestra memoria. En aquel momento no supimos apreciar o percibir en toda su dimensión cada una de aquellos elementos que finalmente desaparecerían para siempre. Las salas de cine de nuestra infancia, la emoción del comienzo de una película y las, a veces, torpes e ingenuas sensaciones de que todo aquello no terminaria nunca.




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