domingo, 13 de marzo de 2011

VISITA al COLEGIO



Hacía mucho tiempo que no visitaba nuestra escuela, cuando el tren pasaba por delante (la estación  aún no era subterránea), de camino a Barcelona, me embargaba una dulce nostalgia. Así es que esta vez, las circunstancias  propicias y algo de determinación me empujaron a subir aquellas escaleras.
Volver al colegio era como recorrer una larga distancia, adentrarse en una incierta máquina del tiempo.
Me hizo sentir como Michael. J. Fox en Regreso al futuro solo que en la foto de Doc Emmet Brown estábamos yo y un profesor de mi escuela.






Había pasado mucho tiempo y de alguna forma el capricho de la memoria me condujo a no recordar lo que había comido el día antes, pero sí a retener con todo detalle el olor de mi pupitre, de los lápices recién afilados, de la tierra del patio con las primeras gotas de lluvia, de la plastilina y las ceras Dacs, recuerdo las voces al salir al patio, las conversaciones, las risas y las decepciones.


Me he preguntado muchas veces para qué sirven los recuerdos además de para ahogarnos en la melancolía y he llegado a la firme conclusión de que no sirven para nada de lo que pensamos que servirían y en cambio, todo lo que somos se lo debemos a ellos, a nuestros recuerdos: lo que escribimos, esculpimos, pintamos o compusimos siempre fue sobre lo que en el pasado hizo de nosotros la vida y una buena parte de nuestra infancia.


Por ello cuando alguna vez he vuelto al colegio me he sentido como Marty McFly a bordo de un DeLorean de plutonio que milagrosamente me ha transportado a mi sencilla vida de niño distraído, asustadizo y sobre todo imaginativo.





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