jueves, 7 de abril de 2022

HALLO DIRECTOR STRICKLAND



¡Ningún McFly ha llegado a ser alguien en toda la historia de Hill Valley!


¿Recuerdas a aquel profesor que siempre increpaba a Marty McFly en los pasillos del colegio?

Seguramente que todos hemos tenido algún profesor o director Strickland durante nuestra juventud. Un personaje severo, mordaz e implacable, dispuesto a sacar lo mejor de nosotros mismos aunque tuviera que cincelar a mano una tonelada de granito. En cierto modo su certeza sobre nosotros sobrepasaba por mucho todas nuestras propias expectativas.

Recuerdo que una vez un profesor me dijo que yo sería un excelente economista. Seguramente que había observado que incluso había escrito en las tapas de las libretas, pero el verdadero motivo no era sobre algo tan pueril como el ahorro, sino un mezcla de pereza y miedo a interrumpir la clase para pedir una libreta nueva. 

Sin duda, había tenido mucho tiempo para cambiar la libreta, muchos días antes de llegar a la última página, quizá a la hora de salir al patio, pero debo confesar que con relación al patio, cada segundo contaba y que no teníamos intención de perder ninguno de aquellos maravillosos momentos. Si lo pienso detenidamente, ningún periodo de mi vida fue tan corto como la hora del patio.

El profesor nos llamaba con un silbato para que acudiéramos inmediatamente a formar una fila perfecta, disciplinada y en silencio. En cierto modo lo que se perseguía era que llegáramos a la siguiente clase algo despresurizados del subidón del recreo, sudorosos, acalorados, con tierra en el pelo, pero manteniendo el orden. Éramos en la pista de baloncesto como un pequeño ejército de niños formados y en meditación zen ante la severa mirada del director y la amenazante regla de madera.

Hoy que todo, en materia de enseñanza es cuestionable y que toda aquella horda de psicólogos, educadores, logopedas y tutores de los noventa ha fracasado estrepitosamente alentando a los padres a que no fueran severos con sus hijos para que no se inhibiera o coartara su desarrollo emocional, nos encontramos con una sociedad formada por niños consentidos, malcriados, egoístas, tiranos y arrogantes que ahora ya son padres. Hoy creo firmemente que todo aquel exceso de autoridad no hizo tanto daño psicológico como cabía esperar, más bien, nos convirtió en personas más éticas y respetuosas con los demás. Especialmente con los mayores.

En el fondo era grato que alguien se preocupara tanto por tí, que fuese capaz de vislumbrar tu futuro mirando las tapas de una libreta. No fui economista, pero entendí el concepto: "debemos esperar lo mejor de los demás" sin miedo a las decepciones ni dejándonos llevar por los prejuicios ni las opiniones de terceros.


Nuestra infancia tuvo sus momentos, pasamos de la dictadura a la democracia en un chasquido de dedos, del folclore a los Beatles, de la austeridad a la minifalda, de la Santa Madre Iglesia al libre pensamiento, de las películas de Alfredo Landa a las macroproducciones de Hollywood… no fue una época perfecta, pero todo lo que sobrevivió con nosotros nos permitió mirar al futuro con confianza. No teníamos Internet, ni smartphones, ni las redes sociales, ni los dichosos patines eléctricos, todo nuestro mundo cabía en una caja de galletas, dos cadenas de televisión que eran además en blanco y negro y a pesar de toda la abundancia de artículos y comodidades de las que podemos disfrutar hoy, siento una especial nostalgia por nuestra inocencia y conformismo de entonces. El de los cromos, la baldufa o las piruletas. 

El novelista dramaturgo: Paulo Cohelo decía

'Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea' 

No sé si estábamos entonces contentos sin motivo o es que hoy necesitamos demasiados motivos para estar contentos. Sea como fuere, todos nosotros somos la suma de lo que fuimos.

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