miércoles, 12 de marzo de 2025

UNA TARDE EN EL PRAT

Hacía mucho tiempo que no volvía al Prat. A recorrer sus calles y lugares de mi infancia, y como era de esperar, nada más emerger de la estación, una inevitable nostalgia invadiría mi mente. Me detuve un instante en la plaza de la estación mientras una antigua brisa fría y húmeda arrastraba el olor de los campos hasta mis recuerdos.

Era inevitable y el primer lugar donde se posaron mis ojos fue en el colegio. Aquellos años de Educación General Básica darían para mucho..., y aquí estaba, con la nariz pegada a la verja, junto a los padres que esperaban a que sus hijos entraran en clase. Faltaban cinco minutos para las tres de la tarde y yo también tuve que esperar hasta que el último de los alumnos se recogiera para hacer, con autorización del profesorado algunas fotografías.

La puerta principal, con la balaustrada original

La cancha de baloncesto donde entrenaba el equipo femenino de la Terlenka, esta vez sin la palmera.
El corredor o distribuidor a las aulas.

Vista frontal con una diminuta portería de fútbol. En nuestro tiempo, en una esquina de la terraza había una parra que ofrecía una refrescante sombra al director del colegio durante su desayuno, normalmente unas uvas u otra pieza de fruta.

Como era martes, no pude verme con el director del colegio, José Manuel Fernández, un antiguo alumno. Parece que no le queda mucho para jubilarse y ya está a medio gas con las tareas del colegio.

En el patio ya no estaba la palmera, ni tampoco el árbol de la entrada, aquel al que todos trepábamos en la hora del recreo, en realidad estaba todo muy cuidado y asfaltado. Recuerdo que en mis tiempos el suelo era de tierra y que los árboles lo llenaban todo de hojas. En el otro extremo, donde antes vivía una señora muy mayor a la que teníamos cansada de colgar nuestros balones de fútbol, ahora hay una espacio para actividades creativas al aire libre y un pequeño huerto urbano sobre unos bancales.

Web de la Escola



Me despedí de una amable secretaria académica, Conchi Mallo, que por cierto había ido al colegio de las monjas y salí de Escola La Seda en dirección a la Iglesia, la plaza del Ayuntamiento y el antiguo mercado.




En la plaza del Ayuntamiento ya no estaba el Kiosco donde comprábamos los cromos y las gominolas. Sin embargo conservaban la antigua fuente, que en otros tiempos estaba frente a la plaza.


Reemprendí mi camino, pero esta vez por la calle Jaime Casanovas en dirección a la avenida Montserrat y al que fue mi barrio en los años sesenta hasta mediados de los ochenta. Para mi sorpresa encontré el mismo lugar donde se exponían las películas de estreno, el portal de una vieja casa.





Este otro lugar se llamaba antes "El Patronato",  ahora  Centre d'Art Torre Muntadas. Aquí exponía sus cuadros el Sr. Ballarín, antiguo director del colegio La Seda y el centro de reuniones del Grupo de Teatro Kaddish. Recuerdo que antes había una pequeño estanque de papiros y nenúfares con una fuente, una foca de bronce, de la que salía un alegre chorro de agua.







Al lado de este parque había una antiguas casas de dos pisos con patios y escaleras de hierro y justo en frente una lechería con una masía en la que habían vivido varias generaciones de payeses. Hoy había una gran espacio vacío vallado con distintivos de obra.



Dejé atrás ese tramo de la calle y llegué a lo que había sido el Casal de Cultura, hoy Torre Balcells. Escuela de teatro y de música.




Ya me encontraba en mi barrio, en la Avenida Montserrat, donde todavía se puede ver lo que quedaba de la antigua boutique Sendra, pegada al edificio, el 135, donde pasé los primeros años de mi vida.



Estas casitas bajas en la esquina de Jaume Casanovas y la Avenida Montserrat son Les Cases d'En Puig, antes formaba parte de la toponomía agrícola, con sus gallinas, el carro de heno en la puerta y las mazorcas de maíz, pero hoy es un centro de ayuda para personas con necesidades especiales.


Continué con esta emocionante visita y caminé cerca de lo que antiguamente había sido el matadero, convertido ahora en un centro cultural y biblioteca. Me encontraba ahora frente a la plaza de Catalunya. Antiguamente conocida como la zonilla, o el lugar donde los jóvenes quedaban para tomar unas copas, merendar o bailar.







La nueva estación de metro de la línea 9 Sud. Estación de Céntric. Inaugurada en febrero de 2016 y que conecta el Prat con Barcelona y con el Aeropuerto.

Icónica torre de las aguas

La torre del agua, con 38 metros de altura, fue construida en 1966 para asegurar el abastecimiento del agua a un pueblo en plena era industrial y crecimiento. Miles de familias se trasladaron hasta aquí, especialmente desde el sur para trabajar en las fábricas, principalmente de Andalucía, Extremadura. Por cierto, hay un pequeño pueblo de Cáceres Llamado Garrovillas de Alconetar,  con a penas 1.960 habitantes y que se encuentra hermanado con El Prat de Llobregat desde hace años, según el Periódico de Extremadura, desde mayo de 2005.

Dejando atrás esta zona más moderna y perfectamente mimetizado con el Prat de los sesenta, caminé lentamente por la Carretera de la Aviación para no perder detalle de uno de mis lugares favoritos, Las Casas de La Seda.





Charles Stulemeijer (Rotterdam1880- Breda1968) era un empresario e industrial holandés fundador y presidente de "La Seda de Barcelona) desde 1925 hasta 1968. La calle de la fotografía lleva su nombre.
Estas serían las viviendas de los primeros trabajadores de las empresas textiles que fundó. Siguiendo sus instrucciones fue el arquitecto municipal Joaquim de Moragas quien se responsabilizó de la construcción de una casas de planta baja y un primer piso, funcionales, pareadas y con un pequeño jardín privado. Las casas se inauguraron el 26 de junio de 1958 y forman en la actualidad parte del Catálogo y Plan especial para la Protección del Patrimonio Arquitectónico de El Prat de Llobregat.



Después de mi paseo por esta zona de El Prat, visité a unos buenos amigos, Laurie Baughman y a su esposo Antonio Villafranca con los que tomé un café americano y unas galletas de canela elaboradas artesanalmente. Después de este reconfortante descanso, ya estaba listo para mi regreso a un tren que me llevaría de vuelta a Sitges, pero de camino...


Me detuve unos minutos para recordar el cine de mi niñez y que tanto despertó en mi la pasión por las películas y el mundo del séptimo arte.


Y por supuesto, me dirigí hasta el Artesano.



Podría estar hablando durante horas de este lugar, pero solo diré que aquí fue donde escuche por primera vez a los Beatles y donde supe a qué se referían los muchachos mayores con aquello de los guateques.



Flors Muntané. Con más de 50 años de andadura, la floristería de toda la vida.

La antigua tienda de productos agrícolas, semillas y cuidados de la tierra

La que fue hace años la plaza de los autobuses.
Entrada a la antigua biblioteca para empleados de la Seda de Barcelona. Aquí nos entregaban cada año el regalo de reyes. Lo gestionaba el señor Lladó, el mismo que cada viernes proyectaba en el colegio una película de risa con un gran artefacto para cintas de 25mm y que hacía las delicias de todos nosotros.

Al fondo y a la izquierda se puede ver la Casa Alcaide, restaurant donde había un frontón.
La chimenea de la fábrica Rayón, el único vestigio de una zona industrial en la que no se puede construir, porque los vertidos de productos químicos filtraron has las capas freáticas y el suelo es inestable.
Ya caía la tarde y volví a pasar por la parte de atrás del colegio.

Regresé de camino a la estación por las calles que tantas veces me habían llevado hasta el colegio y tiempo después hasta la fábrica Rayón donde trabajé varias temporadas de verano. Hacía frío, como suele suceder en El Prat, pero me sentía contento por la visita y al mismo tiempo abrumado por los recuerdos. Es cierto que el tiempo no vuelve, pero en cierto modo, aquella tarde comprendí que no se había ido.


Manuel Julián
Exalumno Escola La Seda


viernes, 29 de julio de 2022

Lo que fuí



A menudo pienso en aquella juventud atropellada, de incertidumbres para las que todavía hoy no tengo respuestas. De torpezas, decepciones e intentos fallidos.

Pienso en cómo habría sido con todo lo que sé hoy y creo que quizá no me equivocaría en las mismas cosas, que cometería errores nuevos, de manera que voy a dejar que esta agua pase, que la página del tiempo cierre su capítulo y que nuevos horizontes me muestren el camino.

Soy consciente de que todo lo que soy y en lo que creo es también la suma de lo que fuí, pero ha llegado el momento de vaciar la arena de mi bolsa, de soltar el lastre y henchir las velas hacia eso que llaman el mañana.

jueves, 7 de abril de 2022

HALLO DIRECTOR STRICKLAND



¡Ningún McFly ha llegado a ser alguien en toda la historia de Hill Valley!


¿Recuerdas a aquel profesor que siempre increpaba a Marty McFly en los pasillos del colegio?

Seguramente que todos hemos tenido algún profesor o director Strickland durante nuestra juventud. Un personaje severo, mordaz e implacable, dispuesto a sacar lo mejor de nosotros mismos aunque tuviera que cincelar a mano una tonelada de granito. En cierto modo su certeza sobre nosotros sobrepasaba por mucho todas nuestras propias expectativas.

Recuerdo que una vez un profesor me dijo que yo sería un excelente economista. Seguramente que había observado que incluso había escrito en las tapas de las libretas, pero el verdadero motivo no era sobre algo tan pueril como el ahorro, sino un mezcla de pereza y miedo a interrumpir la clase para pedir una libreta nueva. 

Sin duda, había tenido mucho tiempo para cambiar la libreta, muchos días antes de llegar a la última página, quizá a la hora de salir al patio, pero debo confesar que con relación al patio, cada segundo contaba y que no teníamos intención de perder ninguno de aquellos maravillosos momentos. Si lo pienso detenidamente, ningún periodo de mi vida fue tan corto como la hora del patio.

El profesor nos llamaba con un silbato para que acudiéramos inmediatamente a formar una fila perfecta, disciplinada y en silencio. En cierto modo lo que se perseguía era que llegáramos a la siguiente clase algo despresurizados del subidón del recreo, sudorosos, acalorados, con tierra en el pelo, pero manteniendo el orden. Éramos en la pista de baloncesto como un pequeño ejército de niños formados y en meditación zen ante la severa mirada del director y la amenazante regla de madera.

Hoy que todo, en materia de enseñanza es cuestionable y que toda aquella horda de psicólogos, educadores, logopedas y tutores de los noventa ha fracasado estrepitosamente alentando a los padres a que no fueran severos con sus hijos para que no se inhibiera o coartara su desarrollo emocional, nos encontramos con una sociedad formada por niños consentidos, malcriados, egoístas, tiranos y arrogantes que ahora ya son padres. Hoy creo firmemente que todo aquel exceso de autoridad no hizo tanto daño psicológico como cabía esperar, más bien, nos convirtió en personas más éticas y respetuosas con los demás. Especialmente con los mayores.

En el fondo era grato que alguien se preocupara tanto por tí, que fuese capaz de vislumbrar tu futuro mirando las tapas de una libreta. No fui economista, pero entendí el concepto: "debemos esperar lo mejor de los demás" sin miedo a las decepciones ni dejándonos llevar por los prejuicios ni las opiniones de terceros.


Nuestra infancia tuvo sus momentos, pasamos de la dictadura a la democracia en un chasquido de dedos, del folclore a los Beatles, de la austeridad a la minifalda, de la Santa Madre Iglesia al libre pensamiento, de las películas de Alfredo Landa a las macroproducciones de Hollywood… no fue una época perfecta, pero todo lo que sobrevivió con nosotros nos permitió mirar al futuro con confianza. No teníamos Internet, ni smartphones, ni las redes sociales, ni los dichosos patines eléctricos, todo nuestro mundo cabía en una caja de galletas, dos cadenas de televisión que eran además en blanco y negro y a pesar de toda la abundancia de artículos y comodidades de las que podemos disfrutar hoy, siento una especial nostalgia por nuestra inocencia y conformismo de entonces. El de los cromos, la baldufa o las piruletas. 

El novelista dramaturgo: Paulo Cohelo decía

'Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea' 

No sé si estábamos entonces contentos sin motivo o es que hoy necesitamos demasiados motivos para estar contentos. Sea como fuere, todos nosotros somos la suma de lo que fuimos.

jueves, 2 de diciembre de 2021

ME LAS PIRO, VAMPIRO



En una entrevista para The New York Times, Anthony Hopkins confesó lo siguiente sobre su primer día de colegio:

“Me sentía el más tonto de la clase, quizá tenía problemas de aprendizaje, pero era incapaz de entender nada. Mi infancia fue inútil y enteramente confusa. Todo el mundo me ridiculizaba”

Quizá nuestra experiencia no fue tan decepcionante como la del afamado actor ni tan inútil. Después de ver algunas imágenes de África, Rusia o Afganistán, sin duda, nuestra infancia no fue de las peores. En realidad fue la mejor que podíamos tener o la única de la que disponíamos en aquel entonces. 

Nuestros padres y tutores, en cierto modo, lo hicieron lo mejor que pudieron. Aprendieron sobre la marcha porque sus padres y los padres de sus padres no tuvieron tiempo para consideraciones. No disponían de consejeros, educadores o libros de autoayuda para saber afrontar cada circunstancia. Muchos de ellos vivieron una posguerra, o las consecuencias de una vida con pocos recursos, todo ello en medio de una gran desinformación que siempre respondía a nuestras preguntas con aquella acepción casi mágica y natural de: "porque yo lo digo" "cuando seas padre, comerás huevos". 

En aquel momento nuestros progenitores no eran conscientes de ello, pero nos transmitieron todas sus dudas y temores: "no hables con extraños, no aceptes caramelos, cuidado con el hombre del saco"...


NUNCA FUI TAN FELIZ COMO CUANDO NO TENÍA NADA 

Aún no calzábamos zapatillas deportivas ni teníamos todo ese material didáctico y tan atractivo del que se dispone ahora y que incluye los dispositivos electrónicos como smartphone, tablets y ordenadores portátiles, o las mochilas con personajes de cómic y películas de dibujos animados, pero con lo que teníamos entonces ya éramos felices, porque contábamos con lo más importante; el cariño de nuestras familias, nuestra imaginación y los amigos del colegio. Los juguetes eran muy sencillos, pero capaces de despertar en nosotros el lado más creativo y fascinante. Una gran y deliciosa ingenuidad antes de que la vida nos hiciera ser más exigentes o inconformistas.

Algunos de nosotros dejamos atrás una época de espacios grises y televisores en blanco y negro para despertar en un país en el que se ensayaban los primeros trazos de una joven democracia, lo que supuso la apertura hacia nuevas y desconocidas libertades. Pronto llegaron las series de humor británicas, las canciones de los Beatles, los guateques o los videoclubs. La vida ya era en color y no teníamos miedo de nada, porque habíamos sobrevivido a los columpios de hierro oxidado, las calles de tierra, beber del agua de la manguera, el pegamento, los petardos, los tirachinas, la zapatilla de nuestra madre o la regla de madera...

Los ochenta irrumpieron en nuestras vidas con canciones, películas y experiencias inolvidables, nuestros juguetes, libros, actividades y percepción de la vida habían mejorado. 


Como decía el sabio: "no sabemos a dónde vamos  sino sabemos de dónde venimos". Y muchas cosas han cambiado, aunque en cierto modo, todo lo que vivimos en aquella época nos ayudó a apreciar más lo que tenemos ahora. Como respondió Rambo cuando le dijeron que la guerra había terminado: "Usted está vivo, yo sigo vivo y todo lo demás continúa igual"


TRANSLATE